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Los niños, fatigados por la caminata desde el bosque, ya se habían dormido cuando al fin subimos a nuestro departamento. Briana me ayudó a servir la cena para Mael y para mí y pidió permiso para bajar a ver a su madre. Con su discreción acostumbrada, le había bastado ver entrar a Mael para saber que precisábamos quedarnos a solas.

Llené su copa buscando su mirada, pero Mael mantuvo la vista baja. Estaba pálido, y su desasosiego era evidente en su cara todavía un poco enflaquecida. Como si cuanto ocurriera desde que entráramos al castillo unas horas atrás, además de enfurecerlo, hubiera ahondado su dolor por la muerte de la reina.

Tendí mi mano por encima de la mesa con sonrisa triste, y él la tomó con un suspiro entrecortado. Entonces advertí el destello húmedo en sus ojos. Me levanté para ir a pararme a su lado y le rodeé l

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