Al adentrarnos en el ancho corredor que terminaba en el salón de fiestas, vimos la pequeña multitud reunida allí adelante, sus ropajes de luto opacando el alegre brillo de las lámparas. En la pared opuesta a las puertas dobles colgaban anchos pendones negros.
Aminoramos el paso al acercarnos a la entrada y Mael soltó mi mano para ofrecerme su brazo. Fiona y Kaile ya salían a nuestro encuentro, para alinearse detrás de nosotros con sus compañeros.
Todo el clan advirtió nuestra proximidad y se volvieron hacia nosotros, retrocediendo para abrirnos paso hacia la plataforma en el otro extremo, bajo los pendones. Mael notó mi agitación cuando vi los dos tronos en la tarima, flanqueados por cuatro sillones de alto respaldo, más modestos, dos a cada lado.
—Tranquila, amor mío. Es sólo un asiento —dijo, sólo para mí.
—Sí, el que