Me detuve bruscamente al escucharlo. Mael sostuvo mi mirada, atento a mi reacción. Desvié la vista hacia el este, donde un tenue resplandor dorado comenzaba a recortar en negro los picos de las montañas. Hurgué en mi memoria, pero cuanto recordaba era un amplio claro del bosque batido por la tormenta, montículos informes de nieve vecinos al establo, de los cuales emergían los esqueletos de varias chimeneas de piedra.
Un escalofrío corrió por mi espalda al preguntarme si querría vivir en el lugar donde fuéramos capturados y esclavizados, donde Mael había concebido hijos con otra mujer.
¿Por qué había recreado semejante lugar como el ideal para mí y para mi familia?
—Si le quitas el peso de lo que ocurrió allí, es un lugar ideal —terció Mael instándome a seguir caminando—. Agua fresca todo el año, caza en abu