Teresa abrió los ojos de par en par, sorprendida, como si las palabras de Luca hubieran atravesado una barrera invisible de tiempo y recuerdos. Su sonrisa se borró por un instante, dejando ver una mueca de desconcierto.
—¿De qué demonios estás hablando? —espetó, su voz cargada de incredulidad, aunque en lo profundo de sus pupilas ardía una chispa de miedo reprimido.
Luca dio un paso más hacia ella, con la mandíbula apretada, sus colmillos apenas asomando bajo sus labios. La rabia en su pecho era un fuego vivo.
—¿No me recuerdas? —preguntó, su tono grave, amenazante—. ¿O acaso sufres de amnesia?
Avanzó otro paso, y Teresa, por primera vez en mucho tiempo, retrocedió instintivamente.
—Sí, maldita —continuó Luca, con los ojos brillando de furia—. Soy yo. El pequeño al que le arrebataste a una madre… y a un padre.
El silencio cayó como un manto espeso. Los ojos de Teresa se abrieron aún más, y en su rostro se dibujó un gesto de reconocimiento helado.
—No puede ser… —susurró, su respiració