Mía abrió los ojos de golpe, incorporándose con rapidez. Su corazón latía con fuerza, como si algo dentro de ella hubiera despertado de pronto. Su loba, en lo más profundo de su ser, se agitaba con emoción y esperanza.
—Lo sentí —susurró con voz entrecortada, apoyando una mano sobre el colchón—. Lo sentí, por fin… está cerca.
Una oleada de calidez la envolvió desde el pecho hasta la garganta. Su loba aullaba de felicidad dentro de ella, revoloteando como si hubiera esperado ese momento toda su vida. Su hermano. Luca. Estaba cerca.
La puerta de la enfermería se abrió y Adrik, el médico, entró con una bandeja en las manos.
—¿Luna? ¿Qué haces levantada? —preguntó al verla fuera de la cama, tambaleándose levemente.
Mía lo miró con urgencia, las manos apretadas contra su pecho.
—Por favor, Adrik… llévame a la casa del alfa. Acabo de sentir la presencia de mi hermano. No me preguntes cómo, pero sé que está cerca. Lo sentí. Él me está buscando… —la voz se le quebró y sus ojos se llenaron de