La voz de Owen se perdió en la oscuridad, arrastrada por el murmullo de los árboles. Un susurro envuelto en promesas y peligros, cargado de una certeza inquietante.
Lejos de allí, Logan golpeaba con furia el saco de entrenamiento en el ala trasera del complejo alfa. La noche se había asentado sobre la manada como un manto de tensión y presagio. Todos dormían… excepto él.
Con el torso desnudo y la piel cubierta de sudor, el alfa descargaba su rabia contra el cuero, una y otra vez. Cada impacto era una descarga de frustración, culpa… y algo más profundo.
La imagen de Mía herida volvía a él sin descanso: sus labios apretados por el dolor, el temblor de sus manos, su cuerpo marcado por algo que nunca debió tocarla.
Su lobo rugía dentro de él, inquieto, deseoso de salir.
Entonces lo sintió.
Un destello. Un reflejo plateado a lo lejos, entre los árboles que bordeaban el límite del territorio. Apenas duró un segundo… pero fue suficiente. Logan se congeló.
Los ojos de su lobo se manifestaro