Jack no retrocedió. Todo lo contrario. Dejó que una sonrisa lenta, casi placentera, se expandiera por su rostro.
—Y no sabes cómo lo disfruté —murmuró, con un brillo perverso en los ojos.
Jacop frunció el ceño y apretó los puños detrás de Logan, preparado para saltar en cualquier momento.
Jack inclinó la cabeza, estudiando a su hermano con frialdad, como un cazador que analiza los últimos estertores de su presa.
—¿Sabes qué es lo que más me gusta de ti, hermanito? —su tono se volvió agudo, casi un rugido disfrazado de burla—. Que eres un maldito imbécil. Siempre confiaste en quien no debías.
Logan sintió cómo cada palabra se le clavaba como espinas en el corazón, pero se mantuvo erguido. Jack alzó una mano, señalando con el dedo acusador hacia su beta, su amigo y hermano del alma.
—Sí, como en ese imbécil que está detrás de ti.
Jacop dio un paso al frente, su pecho se hinchó con la rabia contenida, y sus manos se cerraron en puños tan fuertes que los nudillos palidecieron.
Jack soltó