El aullido lejano no era un saludo, ni una advertencia. Era un desafío. Uno que Logan reconoció al instante. El eco profundo resonó por todo el territorio Tormenta, seguido por otros, más cercanos y numerosos.
Renegados.
Logan se giró hacia la ventana abierta, aspirando el aire frío de la noche. El olor era inconfundible: lobos extraños, hambrientos de sangre y guerra. Entre ellos, un aroma más fuerte y corrosivo: el de Jack.
“—A todos, protejan el perímetro” —ordenó mentalmente, su voz retumbando en la mente de cada guerrero.
Jacob tensó la espalda. El pulso de la manada se aceleró a través del lazo mental que compartían, como el latido de un corazón enorme antes de estallar en combate.
La voz de uno de sus guerreros rompió la tensión.
—Alfa… estamos siendo atacados.
Logan maldijo en silencio. Giró la cabeza y vio a Mía, todavía débil en la cama, intentando incorporarse. Sus manos temblaban, pero su mirada estaba firme.
—No —gruñó Logan, acercándose—. Estás en peligro, Mía. Yo debo p