El sol comenzaba a descender, tiñendo el horizonte con tonos rojizos y dorados, mientras el bosque se extendía interminable bajo las zancadas poderosas de Logan y de los guerreros que lo seguían. El aire olía a tierra húmeda, a sudor y a furia contenida. Cada paso retumbaba como un tambor de guerra, marcando el ritmo de la persecución. A su lado corría Etan, su hijo, con la respiración agitada pero el cuerpo firme, resistiendo con orgullo el trayecto. Había heredado no solo la fuerza de su padre, sino también su instinto de protección.
Kilómetros habían quedado atrás desde que emprendieron la carrera, pero el impulso de Logan no menguaba. En su interior, el fuego era una llamarada incontenible: Mía y su hija estaba en peligro. La idea de que Owen la tuviera bajo su poder lo quemaba por dentro, lo despojaba de toda calma. Cada músculo de su cuerpo, cada fibra, estaba concentrada en un único propósito: alcanzarla antes de que fuera demasiado tarde.
El bosque se abría ante ellos como si