Su embestida feroz me arrancó un grito, que pareció tener eco cuando el chasquido que provocaba la unión rítmica de nuestros cuerpos, llegó a mis oídos para aumentar el calor.
Forcejé una vez más con el amarre y él lo advirtió, solo que en lugar de desatarme, se apartó para hacerme girar y pegando su pecho a mi espalda, retomó el duelo.
— ¡Rownan!
Mi protesta aumentó su deseo y me penetró con la misma fogosidad con la que yo le pedía que esta vez no se detuviera. Ya no soportaría sus juegos y hasta quería golpearlo por burlarse de mi necesidad, pero el espectáculo de sus músculos agitándose contra mi piel, me robaba el aliento y ya todo dejo de tener sentido.
Me reconocí indefensa, acepté la derrota y llené sus oídos con mis gemidos hasta que caímos, abrigados por un mismo espasmo que justificó la lucha. Grité su nombre y él saboreó la victoria con un rugido que calmó las llamas en mi interior.
Todavía no recuperaba el aliento cuando me desató y busqué su abrazo, aun estremecida por