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En la noche participamos de un baile, preparado por las doncellas y grandes señoras del reino. Comimos copiosamente, sin dejar que las preocupaciones importunaran y hasta el astil tuvo que acompañarme en las danzas porque los cortesanos lo exigían.

Fueron días muy ajetreados que terminaron con una despedida tan conmovedora como la anterior, solo que ahora no tomamos el camino del bosque, sino que atravesábamos los pueblos. Recibíamos las ovaciones hasta avergonzarme, al punto de no salir del carruaje que apenas sobrevivió a los accidentes que sufrió por las tormentas.

Para evitar ceremonias que nos retrasaran, acampamos la mayoría de las noches y en otras nos vimos obligados por la lluvia a pernoctar en las fortalezas de los nobles más cercanos a nuestra ruta.

El astil insistía en que me mantuviera apartada de los señores, pero finalmente logré su cooperación para concederles audiencia a los más necesitados y poder escuchar directamente de sus bocas, cuanto les faltaba.

Me entristeci
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