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—Me alegra ver que ya te sientes más cómoda junto al astil del fuego— me confesó—. No quería que siguieran peleando por todo y menos ahora que nuestra situación es desesperante.

—El astil y yo nos hemos hecho grandes amigos—le aseguré—. Pero no entiendo porque crees que nuestra situación es desesperada. Conseguimos que se firmara un tratado de paz entre Ahiagón y Enerthand, por lo que ambos reinos están dispuestos a ayudarnos en la guerra contra los bárbaros.

Él no respondió y el temor en sus ojos hizo que se me enfriara el aliento.

— ¿Éhiel ha atacado nuevamente? —indagué— ¿Hay una nueva plaga azotando los pueblos?

—No, luna mía— Me dijo—. Pero creo que entenderás mejor si son los astiles quienes te explican lo que ocurre.

El rey no me permitió contradecirlo. Se incorporó y fue hacia la puerta de la alcoba, tras la cual aguardaban los astiles, que se arrodillaron para saludarme.

— ¡Luna gloriosa, luna de paz! —exclamaron todos al unísono.

No supe si reírme o si arrojarles un zapato
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