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Reconocí al mayor inmediatamente, ya que ese era el responsable de mutilar a los soldados de Áthaldar, cada vez que los tomaban prisioneros. Sus ojos desprendían la suciedad que se le acumulaba en el alma y los otros no se alejaban de la podredumbre que caracterizaba a esos asesinos que años atrás acabaron con la vida de tantos niños inocentes.

No sería gentil con ellos, después de todo, el deber de una reina no es solo el de proteger y amar, sino también el de castigar e impartir justicia a los errados.

—Si hubieran acabado con todos los Édazon, no estarían hoy aquí— les dije—. Pero fallaron. Los que en el pasado fueron cachorros, son hoy bestias sedientas de la sangre de aquellos que sajaron sus tierras.

El mayor intentó escupirme y Wuisse lo golpeó en el rostro con tanta fuerza, que la sangre escapó de su boca, como el veneno de mis ojos dilatados.

—No maltrataremos a nuestros invitados— advertí.

Los astiles aguardaban respetuosamente a unos pasos y el anciano de la casa del viento
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