Tenía un plan brillante que desarrollar. Quería que la historia de nuestro pueblo fuera contada con las palabras exactas y ordené a los arquitectos reforzar las murallas de todas las fortalezas donde guardábamos las provisiones del ejército, así como el resto de los salones de mayor importancia.
Ahora que era libre de hacer mi voluntad, no podía desperdiciar el tiempo y luego de discutir arduamente con el astil de la tierra, que miraba con malos ojos al resto de mis invitados, conseguí intercambiar dos de mis fortalezas en el norte, por las suyas en el sur. Esas férreas construcciones me servirían mejor para acoger a los enfermos y heridos de guerra, mientras que las que yo le sedería, le ayudarían a evitar que muchas de las provisiones se destruyeran antes de llegar a los necesitados.
—Finalmente hay alguien de la casa real, que se detiene a pensar antes de empuñar las armas— dijo uno de los sabios, cuando ya los despedía.
—La verdad es que también me gusta empuñar armas— le corregí—