—Su majestad ha sido muy astuta— me elogió el astil del agua—. Si no fuera por usted, la situación no marcharía tan bien para nosotros.
—Señores míos— les dije, a la vez que mordía una fruta y los salpicaba—. Los bárbaros no se olvidan de que soy una Édazon y me lo recuerdan cada vez que intentan matarme, por eso ustedes tampoco deberían olvidarlo.
Todos nos echamos a reír y compartimos las frutas para celebrar, pero no tuvimos mucho tiempo en el que gozar de la tranquilidad, puesto que comenzaron a llegar refugiados de los pueblos atacados y nuevos reclutas a los que pertrechar y entrenar.
Tuve que tomar cientos de precauciones, enviar refuerzos, escribir a las familias más poderosas en busca de apoyo y hogar para los desamparados, y todo ello sin descuidar mi propio adiestramiento.
Al cabeza de mi guardia le aterraba cada vez que pasaba horas en los patios ideados para que pudiera practicar lanzando dagas, disparando con los arcos especialmente diseñados y cómodos, a pesar de mi ava