Mis palabras los dejaron totalmente enmudecidos y la vergüenza les coloreó el rostro. Por lo visto ellos no entendían lo delicado de la situación, ya que si las familias de esos soldados, se negaban a cedernos los granos y frutas que ellos mismos cultivaron, por miedo a que asesinaran a sus hijos, estaríamos completamente perdidos.
—Su majestad está en lo cierto y le pedimos disculpas por dudar— me dijo el astil de la tierra—. Pero le exigimos que permanezca en el castillo real, mientras nosotros nos ocupamos de cumplir con sus órdenes.
—Y yo les exijo que dejen a un lado el temor— declaré—. Estaré a salvo, protegida por mi propio pueblo y seré más efectiva que ustedes dos juntos, ya que las madres no los escucharán, pero a mí sí.
—Entonces insisto en acompañarla— dijo el astil del agua.
—No, mi alto señor, el cabeza de la guardia y mis doncellas serán suficientes para servirme— les dije—. El lugar de ustedes está aquí, calmando a los cortesanos y respondiendo a las misivas del rey, q