Estaba equivocada, sí tenía un motivo por el cual luchar y si permitía que continuaran golpeándome, lo perdería. En el vientre llevaba a un nuevo Édazon, a un hijo precioso que no debía cargar con las culpas del padre y mucho menos con la inutilidad de su madre. Solo por él me incorporé, para devolver el golpe al bárbaro que esta vez empuño su daga maltrecha, dispuesto a terminar lo empezado. Esquivé las patadas, la distracción creada al levantar las hojas caídas con movimientos veloces. Procuré no desorientarme y ya que no contaba con un arma, habría de usar la astucia. Lo cansaría. Caminé en círculos y me agaché en el momento justo en el que lanzó otra patada, permitiéndome golpearlo en el vientre. Quiso devolverme el golpe y lo rechacé, ganando tiempo para tomar la punta de mí cabello, con la que enlacé su brazo, una vez que tiró el tajo. Lo desarmé, empujándolo a lo lejos con un rodillazo en su ingle, que bastó para imponer espacio suficiente entre ambos.
Los gritos de los guard