No podía negarle que parecía sincero en sus declaraciones y al temblar, tan incesantemente como lo hacía, me demostraba que mis suposiciones eran ciertas; cuando en la noche en que me poseyó brutalmente, creí que era un hombre humillado, acomplejado por el veneno del rechazo que otros le sembraron.
— ¿Y Leanne de Leiamther? —Inquirí—. La vi abandonar sus aposentos en el momento en el que me disponía a contarle sobre nuestro hijo.
El rey se incorporó y súbitamente abandonó la alcoba, sin dar más explicaciones. Pensé que no tenía justificación para lo que yo había descubierto, pero regresó un poco después, acompañado por la pelirroja. Con solo mirarla, la rabia recuperó su intensidad y ya me disponía atacarla, cuando ella se arrodilló a mi lado, para ofrecerme un joyero, forrado con terciopelo verde.
Dudé al principio, pero lo tomé y al abrirlo, encontré una preciosa corona, adornada con esmeraldas de gran tamaño. La reconocí a primera vista, pertenecía a mi madre y yo la creía destruid