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No quise tardar más. Regresé al caballo y seguida por Blehien, me dejé escoltar por los guardias, que recibían el impacto de las flores arrojadas desde los balcones. Se entonaron himnos, escuché las risas de los niños y disfruté viéndolos jugar con los adornos arrancados de mi traje, hasta que el verde de la pradera me devolvió la serenidad.

Ya me sentía mejor, casi aliviada, pero sabía que en cuanto mis ojos chocaran con los del rey, reviviríamos lo acontecido en la noche anterior y las heridas volverían resentirse. Tendría que recordarme que al menos acababa de obtener una gran victoria y por mucho que el astil del fuego me atacara, nadie me arrebataría el amor de mi pueblo.

El bullicio nos sorprendió, una vez que alcanzamos las murallas del castillo real y así nos enteramos de que el torneo estaba a punto de comenzar, por lo que debimos evitar el camino acostumbrado y entrar a la torre central desde la poterna norte, atravesando por el puente levadizo que me resultó extrañamente
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