En ese momento dejé ser la reina de Áthaldar para convertirme en la sobrina de Rowner de Missen, un hombre capaz de entrenar a una niña pequeña, del modo más cruel, con tal de enseñarla a defenderse.
No tenía armas ni escudo, era lenta y por supuesto que jamás igualaría en fuerzas al atacante, así que decidí evadir sus golpes y apagar cada sonido que me llegaba, o no encontraría una forma de derribarlo.
Aguanté la respiración y esperé a que insistiera en alcanzarme con su espada. No titubeé, alcé los bajos de mi vestido, que fueron atravesados por la hoja filosa y elevándolo ágilmente, logré desarmarlo. Ahora solo necesitaba cuidarme de sus puños y me fue fácil, porque en cuanto dejó su flanco izquierdo descubierto, pude propinarle una patada que lo lanzó a lo lejos, dándome tiempo suficiente para apoderarme de la espada y detenerla a centímetros de su cuello sudoroso.
— ¡Luna mía! —escuché gritar al rey.
Previniendo otro ataque, hinqué la rodilla en el pecho del asesino y mis ojo