—Su esposo murió para salvarme —le dije—. Me protegió hasta el último momento.
Ella derramó tantas lágrimas como las que yo contuve y sentí que el aire no era suficiente para devolverme las fuerzas. Sabía que no era apropiado continuar hablando de lo ocurrido y que se suponía que debíamos celebrar en lugar de lamentarnos, sin embargo, no podía dejar que todos ignoraran la valentía de aquel hombre por el cual yo tenía la oportunidad de estar allí.
—Lo alcanzaron flechas, lo atravesó una espada y aun así me alzó en brazos y me puso a salvo —le dije—. Con su último aliento me pidió que corriera, que escapara de aquella masacre y murió entre mis brazos, como un guerrero, como un padre.
Sin decir más, abrasé a la viuda que lloraba orgullosamente. Ahora los presentes sabrían que aun revivía ese fatídico día y que mi tío no era el único que pensaba que alejarme de allí era lo más prudente. Me sentí liberada, aunque triste y débil. Había olvidado por mucho tiempo esos detalles y al parecer r