El astil quiso negarse, sin embargo, pareció recordar algo y con la acostumbrada actitud avergonzada que siempre tenía, llamó a uno de los soldados que custodiaban la entrada.
— ¡Luna gloriosa! —me saludó el recién llegado—. ¡Luna de paz!
— ¡Dízaol! —Chillé al reconocerlo.
Corrí a saludar a mi amigo y el abrazo efusivo que compartimos, abrumó un poco a Wuisse y a su tío, que prefirieron abandonar la alcoba inmediatamente.
—Me alegró mucho de verla, majestad—me dijo—. Aunque estaría más tranquilo si hubiera permanecido a salvo en la corte.
Lo tomé del brazo y lo obligué a ocupar el asiento, mientras yo me reclinaba sobre el lecho. Estaba muy feliz de verlo y comprobar que no tenía heridas que preocuparan más a Leanne, cuando le escribiera para contarle sobre ese reencuentro.
—Mi presencia se hacía necesaria en el norte y no pude negarme—le respondí—. Leanne hubiera querido acompañarme, pero necesitaba que permaneciera junto a mi hijito, porque solo así yo estaría tranquila. Le prometí