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Ahora las palabras de las ancianas que me aconsejaron antes de partir hacia Áthaldar, parecían proféticas y lo que más me incomodaba era tener la seguridad de que no imaginaba nada, sino que resultaba ofensivamente evidente que el rey favorecía a los pelirrojos de la casa de Leiamther.

En un gesto repentino, mi esposo me tomó de la mano y ayudándome a incorporarme, fuimos hasta el centro del salón. Al parecer quería bailar, pero no se molestó en mencionarlo, dejando a un lado la actitud gentil y elocuente que había tenido siempre conmigo.

La música cambió, tornándose muy animada, casi obligándonos a esforzarnos para no perder el ritmo y una vez más sus brazos me rodearon, moviéndome a su antojo. No lo miré, procuré comportarme del mismo modo en el que él lo hacía y cuando percibí su sonrisa, mi mente perdió toda concentración. ¿Qué le ocurría? ¿Cómo podía ser tan brusco y al instante comportarse de un modo tan opuesto? ¿Estaría enfermo? Incapaz de continuar con ese juego, lo encaré y
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