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—Ayúdeme a superar con dignidad esta prueba, que ya sé perdida —le rogué—. Ordenaré a los médicos que preparen el instrumental y que me corten el vientre para salvar a mi hijo, porque lo que usted tendrá que llevarse a Rownan por la fuerza, si es necesario, ya que estoy segura de que se opondrá a mis deseos.

—Su majestad no puede pedirme algo así.

—Si puedo—rebatí—. Y usted cumplirá con su parte. Prométame que cuidará a mis hijos y al rey y que no dejará que Éhiel destruya todo lo que amamos.

El astil lloraba desconsolado y tuve que aguardar a que recuperara el aliento para que pudiera escucharme.

—Por favor— insistí.

—Un Édazon no pierde una batalla mientras esté con vida—me dijo—. Mi reina tiene que hacer al menos un último intento antes de rendirse, porque Rownan no se recuperará si la pierde y yo solo no puedo ganar la guerra. Usted misma fue quien me dijo que una empuñadura no es nada sin una mano que la sostenga y le dé vida.

Quise reírme o pegarle por usar mis propias palabras
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