Dante despertó completamente tres días después de la batalla contra Sombrael. Su cuerpo todavía dolía, pero era un dolor sordo comparado con la agonía anterior. Luna había trabajado incansablemente para sanarlo, asistida por otros sanadores de las manadas aliadas.
—Bienvenido de vuelta— Luna sonrió, notando que sus ojos se abren. Tenía ojeras oscuras que revelaban noches sin dormir.
—¿Cuánto tiempo? —Dante preguntó, su voz ronca.
—Tres días— Luna respondió, ofreciéndole agua. —Tu cuerpo necesitaba recuperarse. Usar el Corazón de Luna así... casi te mata.
—Pero no morí— Dante tomó su mano. —Gracias a ti. A todas ustedes.
—Mi madre— Dante dijo urgentemente. —¿Dónde está? ¿Está bien? Sin recordar que ya la había saludado, sin embargo, ambos estaban débiles para seguir conversando en ese momento.
—Está bien— Luna lo tranquilizó. —Débil todavía, pero mejorando cada día. Zara y yo hemos estado trabajando juntas para revertir el daño. Está en la habitación contigua, descansando.
—Quiero verl