Celeste, aunque débil, insistió en reunirse con Dante privadamente una semana después de la ceremonia de unión. La encontró en el jardín del castillo, el mismo lugar donde Marcus solía meditar. Estaba sentada en un banco de piedra, sus manos trazando los pétalos de flores que acababan de florecer después del invierno.
—Madre— Dante se acercó, sentándose junto a ella. —¿Estás bien? Luna dijo que deberías descansar más.
—He descansado suficiente— Celeste sonrió débilmente. —He estado dormida por años, hijo. Es hora de despertar completamente. Y hay cosas que debes saber. Verdades que he guardado demasiado tiempo.
—¿Qué clase de verdades?— Dante preguntó, sintiendo un nudo de aprensión en su estómago.
Celeste respiró profundamente, como si estuviera reuniendo coraje. —La noche que partí, cuando eras apenas un bebé... no fue solo por la visión sobre Víctor. Fue por algo más grande, más aterrador.
—¿Qué viste?— Dante se inclinó hacia adelante.
—Vi tu destino completo— Celeste dijo, sus ojo