El libro descansaba sobre una mesa rústica en la tienda de Lía y Kael, abierto en una página que temblaba como si respirara. Las palabras estaban escritas en una lengua que no pertenecía a ninguna criatura viva, pero que Lía comprendía como si hubiese nacido con ella impresa en la piel.
Desde que lo habían recuperado del Abismo del Eco, la marca en su espalda no había dejado de brillar. Incluso mientras dormía, su cuerpo parecía estar canalizando energía. Magia antigua. Poder que no pedía permiso.
Kael la observaba desde la entrada de la tienda. Había mandado reforzar la seguridad, revisar cada rincón del campamento, pero su mayor preocupación era ella. Lía. Su Lía, que ahora hablaba con sombras, entendía el susurro de las piedras y despertaba en medio de la noche recitando nombres que nadie recordaba.
—¿Has dormido algo? —preguntó, con suavidad.
Lía giró hacia él. Su piel tenía un matiz más pálido, pero sus ojos brillaban como gemas recién formadas. —No puedo. El libro... me habla in