La mañana siguiente al juicio amaneció con una luz extraña. No era el sol lo que iluminaba el campamento, sino una claridad azulada que emanaba desde el límite del bosque, justo donde los árboles más viejos se inclinaban hacia un barranco sin fondo conocido como El Abismo del Eco.
Fue Valen quien lo reportó primero. —Algo brilla en las paredes del acantilado. Como escritura viva —dijo, con el rostro pálido—. Y se mueve.
Lía y Kael salieron al instante. Ahora compartían el liderazgo, pero cada decisión que tomaban debía pasar por ambos frentes: el mágico y el táctico. Dahran, aunque seguía receloso, cumplía su parte con firmeza militar. Las patrullas aumentaron, los centinelas se reforzaron y se enviaron exploradores en todas direcciones.
Pero el llamado del Abismo era para Lía.
Ella lo sintió en la marca. No ardía, no dolía. Vibraba. Como si cada letra azul que se formaba en la piedra fuera parte de un lenguaje que, de algún modo, conocía.
—Ven con cuidado —le dijo Kael, tomándola del