La noche cayó, pero no trajo descanso.
El campamento de la Manada de Piedra estaba en silencio, más por miedo que por paz. Las llamas crepitaban con nerviosismo y las sombras parecían demasiado quietas. Cada miembro de la manada evitaba mirar al bosque, como si supieran que algo los observaba desde allí… algo que no parpadeaba.
Lía se sentó junto a Kael, envueltos en una sola manta. Ambos habían dormido poco, sus cuerpos aún vibrando con el residuo del poder que habían desatado. Pero algo no estaba bien.
—¿Lo sientes? —susurró ella.
—Sí. Nos está buscando —respondió Kael sin dudar—. Pero no lo hace con fuerza… lo hace con astucia.
Esa noche, tres centinelas desaparecieron sin dejar rastro. Solo quedaron marcas en espiral talladas en la corteza de los árboles cercanos, y una palabra escrita en ceniza:
Recuerda.
Savra ordenó que se formaran patrullas dobles y que todos los niños fueran trasladados al santuario de piedra. Pero incluso ella sabía que la protección física ya no era suficie