—¿Qué vienes a decirme? —pregunté con la voz áspera, sin girarme. Me detuve al borde del acantilado, con el viento nocturno agitando mi cabello y el murmullo del río resonando como un eco lejano en el fondo del abismo. La luna se reflejaba en las aguas turbulentas, trazando destellos plateados entre las sombras. No necesitaba mirarlo. Sabía que estaba allí.
—¿Selyna te envió o has decidido abandonar el acto del hombre renovado?
—No es un acto —respondió él con firmeza, deteniéndose a mi lado. Podía sentir el calor de su cuerpo, tan cerca, y aun así no me atreví a volverme. No podía hacerlo. No ahora.
—He venido a cuidar de ti —agregó, con un tono más bajo, casi suplicante.
Sonreí, con amargura.
—¿Cuidar de mí? No necesito que cuides de mí. Al contrario, necesito que te alejes lo más posible de mi vida.
El silencio se hizo espeso por un segundo, roto solo por el zumbido del viento entre las rocas y el crujir de las hojas secas a nuestros pies.
—Sin embargo, no tienes problemas en perd