Kael no se movía. Seguía encima de mí, con el pecho agitado y los ojos fijos en los míos como si buscara en ellos una respuesta que ni yo entendía.
Su mano se deslizó lentamente por mi cintura, y cada movimiento suyo era una caricia disfrazada de excusa, como si no quisiera soltarme… como si no pudiera.
—Nyra… —susurró, su voz grave como un roce en la piel—. No puedo seguir viéndote sufrir, luchando sola contra todo. Me mata tenerte cerca y no poder tocarte, no poder decirte todo lo que siento.
Tragué saliva, mi cuerpo aún tenso, pero ya no por la rabia. Algo más fuerte me estaba dominando. Un calor denso, confuso, irresistible.
—¿Y qué sientes, Kael? —pregunté con un hilo de voz, la mirada clavada en sus labios mientras sus dedos subían por mi costado, lentos, ardientes.
Se inclinó un poco más, hasta que nuestras frentes se tocaron, hasta que su respiración se volvió la mía.
—Siento que si alguien vuelve a hacerte daño, lo destruyo —confesó con los ojos ardiendo—. Que daría lo que f