—N... no —murmuré con la voz rota—. No puede ser... no es posible.
—Nyra —repitió la voz al otro lado de la puerta—. Ábreme... la... puerta —insistió, esta vez con una impaciencia escalofriante que se filtró como un susurro amenazante a través de la madera.
Un escalofrío me recorrió la columna vertebral. El corazón golpeaba mi pecho como un tambor de guerra. Me giré y corrí al despacho de Selyna. Golpeé la puerta con fuerza, una, dos, tres veces.
—¡Selyna! —grité con desesperación.
La puerta se abrió de golpe. Ella apareció acomodándose el cabello con una mano, mientras con la otra se quitaba lentamente los audífonos, como si interrumpir su mundo fuera el peor de los crímenes.
—¿Se puede saber qué demonios quieres ahora? —espetó con fastidio—. Te pedí que me dejaras sola.
—Dime que no lo has hecho —le exigí, con la voz aún temblorosa.
Frunció el ceño con confusión.
—¿De qué hablas?
—Dime que ese que está en la puerta no es quien yo creo que es...
Parpadeó lentamente, como si procesar