Lobo Blanco Capítulo XVl.

Al principio, la vida en su territorio se sintió como un respiro.

Nos asignaron una vivienda limpia y cómoda. Mi hijo pudo dormir en un lecho seco, comer sin que cada bocado dependiera de una cacería rápida, y tener otros cachorros cerca aunque aún permaneciera callado, demasiado callado para su edad.

A veces lo observaba desde la distancia, jugando de forma torpe con los demás o simplemente sentado en silencio, y me dolía no poder arrancarle las sombras que cargaba en la mirada.

En cuanto a mí, cumplía mi parte del trato. Patrullaba los límites y enfrentaba a los renegados. El resto de los guardias no tardaron en darse cuenta de que, cuando yo estaba en la línea, nadie se atrevía a cruzar. Y eso me mantenía ocupado, casi agradecido, porque la actividad era el único remedio contra los recuerdos.

Para ese momento ya tenía dos promesas que sabía debía cumplir en algún futuro incierto: una con la Gran Madre y otra con el Alfa Sander.

Solo que la del Alfa Sander llegó más rápido d
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