Capítulo XV.
Después de días de caminar, cada sendero calculado, cada comida cazada, cada refugio asegurado, finalmente llegamos a la manada del Alfa Leonel, en el Sur.
Los cachorros estaban cansados, sus pequeñas patas marcadas por el barro, pero seguían a mi lado. Sus miradas eran una mezcla de miedo, desconfianza y, para mi sorpresa, un atisbo de esperanza.
Durante el camino habíamos enfrentado a un par de Renegados que merodeaban en busca de presas fáciles. Los eliminé rápido, silenciosamente, sin darles oportunidad de asustarlos. Cada desafío me recordaba que no podía fallar, que cada decisión podía costarles la vida.
Ahora, frente a la entrada de la manada de Leonel, respiré hondo. Era un territorio seguro, o al menos eso decían los rumores. Sus fronteras estaban claras, sus guardias alertas, y su reputación como Alfa justo y fuerte era conocida más allá de su propio territorio.
—Esperen aquí —dije a los cachorros, bajando la voz—. Debo hablar con el Alfa y después comeremos.
Sus o