Capítulo 36.
El aullido fue seguido por otros, cercanos y lejanos a la vez, como si todo el bosque nos estuviera respondiendo.
Pero lo primero que vimos no fue un lobo.
De entre los árboles emergió un hombre, con algo extraño en las manos. Sostenía un trozo de madera cruzado por una barra y una cuerda tensada. El objeto brilló por un instante bajo la luna antes de emitir un silbido seco en el aire.
Un grito apagado desgarró la noche. Una loba se desplomó a nuestro costado, con un gemido de dolor que nos congeló un momento.
—¡Corran! —rugió alguien detrás de mí.
El mundo se volvió movimiento. Patas, brazos, respiraciones entrecortadas.
Darius se detuvo solo un instante, alzando el brazo con esa seguridad temeraria que lo caracterizaba. Disparó. El proyectil voló con un silbido propio y se incrustó en el pecho del hombre.
El desconocido soltó un alarido agudo, se tambaleó y, de pronto, su cuerpo comenzó a convulsionar como si ardiera desde adentro. Nadie esperó a ver cómo terminaba. S