Rowan
Los eché a todos.
No con gritos ni insultos, aunque ganas no me faltaron. Edward había querido quedarse de guardia, Roxie seguía con sus comentarios sarcásticos para disimular la preocupación, y Fernanda se había empeñado en que yo necesitaba “un descanso de la presión marital”. Pero no. No había manera de que soportara otra voz en este cuarto.
Clara descansaba en la cama, su respiración profunda, apenas interrumpida por algún gemido suave en sueños. El brebaje que le había dado Cordelia la había tumbado en cuestión de minutos.
Mi suegra aseguró que la ayudaría a estabilizar la energía que consumía su cuerpo, aunque no dejaba de ser extraño confiar en una bebida salida de las manos de la mismísima Muerte. Pero no podía olvidar que era su madre.
Me quedé de pie frente al ventanal, observando. El Averno tenía su propio tipo de paisaje: una oscuridad densa que cubría todo, interrumpida por edificios que parecían apartamentos lejanos, colmenas de piedra y fuego que se extendían has