Clara
La luz me envolvió como un agua demasiado pura para mis pulmones.
Era fría y hermosa, y sin embargo sentí que intentaba vaciarme.
Él estaba allí, no con un cuerpo, sino con presencia: un centro de gravedad en medio de la sala. A su lado, la Diosa Luna tenía una serenidad que cortaba, una sonrisa casi dulce que no tocaba los ojos.
Varek gruñó, pero su gruñido quedó suspendido en el aire, como si alguien lo hubiera aprisionado dentro de un cristal invisible.
Edward se mantuvo un paso detrás de mí, con una quietud tensa que anunciaba que estaba dispuesto a interponerse en cuanto dieran un paso más.
—Hija de la unión prohibida —dijo Él con una calma que hacía contener la respiración—. Tu materia no soportará lo que ya despierta en ti. Debes quedarte aquí, donde perteneces.
La palabra “perteneces” me dejó un sabor metálico en la lengua. Di un paso hacia atrás por puro instinto.
Entonces Zeiren se adelantó. Extendió sus alas grises y me cubrió con ellas. No eran un adorno; eran