Edward
No recordaba la última vez que me sentí así de vivo.
El frío seguía ahí, pegado a los pinos y a la tierra a nuestro alrededor, pero dentro de mí algo había cambiado de eje. El mundo encajaba. El aire sabía distinto.
Mi lobo respiraba sin gruñir. Y yo… yo tenía a Roxie entre los brazos, con la espalda aún marcada por la corteza del árbol y la boca manchada de mi sangre.
Habíamos dicho “te odio” demasiadas veces para contarlas.
Mentiras...
Lo supe en el instante en que la marqué y ella me devolvió la mordida: ese odio era la máscara que le pusimos al miedo. Lo real rugía debajo de la piel, caliente, peligroso y extasiante.
Amor salvaje, del tipo que te rompe las costillas para abrirte un hueco donde habita tu corazón y encajarse ahí… hasta la eternidad.
—“La Luna no se equivoca” —murmuró Anderson en mi cabeza, hinchado de felicidad—. “Sobre todo cuando se sale del guion...”
Sonreí sin poder evitarlo.
Al principio no quise creer que mi compañera era una vampiro. En cuestión d