Capítulo 4: El regreso del Alfa

Rowan

—¿Estás listo para volver? —me preguntaba Edward, mi Beta y mejor amigo.

Estaba recargado contra la camioneta, con los brazos cruzados y la mirada fija en mí, buscando una respuesta sincera en mi expresión.

—No queda de otra, ¿o sí? —pregunté, mirándolo de reojo, mientras terminaba de cargar la camioneta.

La verdad es que no quería volver. 

La última vez que estuve allí, las cosas eran diferentes.

Yo era diferente. 

Seis años habían pasado desde la última vez que puse un pie en ese lugar, y la verdad, prefería mantener la distancia. 

Había pasado los últimos dos años aquí, en el sur, en los límites del territorio, enfrentándome a las secuelas de la última batalla contra los lobos del norte, que nos habían sorprendido con un ataque por mar. Aquella emboscada estuvo a un paso de costarnos una guerra de mayor magnitud.

Asumir el rol de Alfa no había sido fácil, y mucho menos con una manada dividida por los conflictos y las pérdidas. 

Desde que asumí el liderazgo, sentía que nunca había tenido un momento de verdadera calma; siempre había algo que resolver, problemas que atender, incendios que apagar, uno tras otro.

—Lo que sea que te preocupe, vas a enfrentarlo como siempre lo has hecho —dijo con calma. 

Era bueno para eso, para darle a las palabras el peso justo cuando las cosas parecían tambalearse.

—No es solo el hecho de volver —admití suspirando, mientras me subía al vehículo—. Es lo que me espera ahí. 

—Hay mucha inquietud en la manada —comentó desde el asiento del copiloto, mirando hacia adelante con el ceño fruncido—. Escuché que algunos están hablando de abandonar la ciudad y unirse a otros clanes. Las cosas están complicadas, Rowan. No va a ser fácil.

Lo sabía. No había nada que me sorprendiera en eso. Desde el principio, nada había sido fácil.

El Sur fue el primer lugar al que debí trasladarme para empezar a trabajar. Pero en cuanto las cosas comenzaron a estabilizarse, llegó el llamado para volver. 

El territorio no había superado del todo la guerra, y las heridas seguían abiertas. Al parecer, mi presencia era necesaria para mantener las cosas bajo control. 

Algunos decían que los lobos del norte podrían estar tramando algo otra vez, pero nadie tenía pruebas claras. Solo rumores.

—¿Tan mala está la situación? —pregunté, rompiendo el silencio. Había una parte de mí que no quería saber la respuesta.

—Sí —dijo, sin rodeos—. Algunos cuestionan tu liderazgo. Dicen que te alejaste demasiado tiempo, que deberían haber dejado a tu padre al mando. Hay quienes todavía piensan que fue injusto que tomes el título... dadas las circunstancias.

"Las circunstancias."

Esa forma delicada de referirse al hecho de que tuve que matar a mi propio padre en un duelo por mi lugar en la manada. 

Revivía esa pesadilla todas las noches. Aún podía sentir el sabor metálico de la sangre en mi boca, la mirada furiosa y desencajada de mi padre mientras intentaba mantenerme sometido bajo sus propias reglas. 

Siempre fue un abusador, alguien que ejercía el poder con puño de hierro, incluso cuando no hacía falta.

De niño, había visto cómo se comportaba con los demás, imponiéndose no solo como Alfa, sino también como un tirano. Y en casa… bueno, en casa no era muy distinto. La diferencia era que ahí nadie lo veía. 

Nadie se daba cuenta de las marcas que dejaba, ni de las veces en que su mano nos hizo ver el suelo a mi madre o a mí. 

Pero lo peor no era el dolor físico, ni las marcas que decoraban nuestros cuerpos como recuerdos de su crueldad.

No… lo que realmente dolía era cómo usaba su posición para quebrar nuestra voluntad y la de su pueblo. 

Invocaba su orden de Alfa para someternos cada vez que intentábamos resistir, como si su único propósito fuera aplastarnos bajo su sombra. Como si necesitara vernos rotos para sentirse invencible.

Cuando llegó el momento de desafiarlo, no lo dudé, y no lo hice solo porque quería ser el Alfa. 

Lo hice porque sabía que, si no lo detenía, destruiría todo lo que quedaba de la manada, como había destruido mi vida al matar a la única persona que me amaba incondicionalmente.

El duelo no fue un espectáculo honorable, ni una ceremonia, ni mucho menos un ritual tradicional. 

Fue una pelea brutal. Dos hombres enfrentados no solo por sus vidas, sino por sus ideales.

Él, armado con lo único que siempre lo definió: el engaño, la crueldad, la necesidad enfermiza de dominar y gobernar desde el odio.

Y yo… yo luchaba por algo más grande que mí mismo.

Por un futuro sin cadenas.

Por el derecho a levantar la mirada sin miedo.

Por caminar libre, sin tener que inclinar la cabeza ante nadie.

Por ese mañana en el que mi pueblo no viviera con miedo.

Al final, no me dejó otra opción. 

Era él o yo. 

Y cuando su cuerpo cayó al suelo, supe que la victoria tenía un precio que siempre cargaría conmigo.

Recordar ese momento siempre me dejaba con el pecho apretado. Sacudí la cabeza, apartando la sensación de sangre en mi lengua.

—Todavía hay quienes son leales a él —continuó Edward, sacándome de mis pensamientos—. No muchos, pero suficientes como para agitar las cosas. Te va a tocar ser más que solo un líder. Vas a tener que demostrarles, de nuevo, por qué tú eres el Alfa.

"Eso nunca fue suficiente..." murmuró mi lobo en mi mente.

—Escucha —dije, mirando hacia el camino que se abría ante nosotros—. Sea lo que sea que nos espera, resolveremos esto. Pero te lo digo ahora: no vamos solo para restaurar lo que había. Vamos a cambiar las cosas. Ya no podemos seguir como antes.

Él asintió, aunque su expresión seguía estando tensa.

—Entonces, será mejor que empieces a hacerte escuchar desde el primer día.

Asentí en silencio, apretando la mandíbula, mis manos estrujando el volante. 

No podía estar más de acuerdo. 

Al final, el liderazgo no era solo una cuestión de fuerza o de ocupar un lugar; era un juego de poder y lealtades. 

El desafío no sería solo estabilizar la manada, sino convencer a los que aún cuestionaban mi derecho a estar en esa posición. Entre esos, estaba el viejo segundo de mi padre. La persona responsable de la organización de la manada a la que íbamos en camino. 

—John ha mantenido todo en orden desde que te fuiste —comentó Edward, casi como si hubiera leído mis pensamientos.

No pude evitar soltar una risa seca.

—John siempre fue bueno para mantener las cosas "en orden" —dije, con cierta amargura en mi voz—. No importa lo que pase, siempre tiene una sonrisa para ofrecer y una solución a medias. Es fácil ser el tipo simpático cuando no eres el que toma las decisiones difíciles.

Mi Beta me lanzó una mirada que mezclaba comprensión y reproche.

—Eso no es del todo justo, y lo sabes —dijo—. Él ha pasado por mucho. La muerte de su compañera casi lo mató, pero se mantuvo en pie y siguió adelante, por la manada y por su hija. No todos son capaces de levantarse después de algo así.

No podía negar ese hecho. 

Él había manejado la pérdida de su esposa con una entereza que no era común en un hombre lobo con un vínculo de compañeros de tantos años.

Solo pensar en eso me hacía agradecer a la Diosa Luna no haber encontrado a mi compañera todavía, no creía tener la fuerza suficiente para superar una pérdida así...

Y John había logrado seguir adelante, mantenerse funcional cuando la mayoría se habría derrumbado hasta el punto de desear morir. 

Y no solo eso; con el tiempo, encontró la forma de rehacer su vida. Hace un par de años, se volvió a casar, con una compañera elegida.

—No digo que no haya hecho un buen trabajo —agregué, más para apaciguar la tensión que se había instalado en la camioneta que por otra cosa—. Sé que ha mantenido la estabilidad en la ciudad mientras yo estaba fuera. Pero, a veces, me pregunto si... —Me callé de golpe, sin saber si realmente quería terminar esa frase.

—¿Si en el fondo sigue siendo leal a tu padre? —terminó Edward por mí. Me miró de reojo antes de devolver la vista al camino—. Es una posibilidad. Pero también puede ser que esté buscando lo mismo que tú: lo mejor para la manada. Tal vez sus métodos son distintos, pero al final del día, John ha hecho lo mejor que pudo.

A pesar de todo, aún sentía ese rechazo por él.

Porque era una de las pocas personas que conocía a mi padre, y nunca nos ayudó cuando mi madre y yo lo necesitábamos.

Nunca evitó que ese hijo de puta me arrebatara a mi madre. 

Y aunque entendía que no podía cargar con toda la culpa, una parte de mí no podía perdonarlo.

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