Rowan
Edward me miró de reojo después de mi último comentario, luego volvió la vista al frente.
Sabía que estaba eligiendo con cuidado sus palabras, algo que siempre hacía cuando notaba que mi temperamento comenzaba a encenderse.
—De todos modos, no puedes entrar a la ciudad esperando que todos estén de tu lado como por arte de magia —dijo, en tono calmo—. Menos si ya están acostumbrados a seguir a John.
Solté un suspiro pesado, mirando el camino que teníamos por delante. Sabía que Edward tenía razón, pero eso no hacía que fuera menos molesto escucharlo en voz alta.
—Sé que no lo estarán, Edward. No soy tan ingenuo —respondí, sintiendo la frustración aflorar—. Pero también sé que soy el Alfa y no solo por esa disputa con mi padre, sino porque la diosa Luna, así lo quiso.
Había tenido que marcharme al sur para hacerme cargo de los problemas que quedaron tras la última guerra, y que durante ese tiempo John había sido el líder de facto.
Pero la idea de que todos en la manada estuvieran más cómodos bajo su mando no me caía bien.
Sabía que, en el fondo, muchos me veían como un reemplazo improvisado. Un joven que ganó un duelo, sí, pero que aún no tenía la experiencia para liderar de verdad.
Edward me lanzó una mirada paciente, la expresión tranquila, pero cargada de advertencia.
Sabía que él era fiel a mí, sin reservas, pero también era pragmático y tenía la sabiduría de alguien que había visto mucho en la vida.
John había hecho un buen trabajo manteniendo la paz en la ciudad y asegurando la estabilidad de la manada. Edward reconocía eso, aunque sabía que decirlo en voz alta podría herir mi orgullo.
—Sé lo que piensas de él, Alfa —dijo Edward, manteniendo la calma en su tono—. Pero, para la mayoría, él ha sido un pilar mientras tú no estabas. Ha mantenido la calma, se ha asegurado de que todos se sientan seguros y protegidos… es lo que necesita la manada. No puedes culparlos por confiar en él.
Asentí, aunque no pude evitar apretar el volante con un poco más de fuerza.
Edward, como si adivinara en qué estaba pensando, desvió la conversación en otra dirección, buscando calmarme o, al menos, distraerme. Abrió una carpeta que llevaba en el regazo y comenzó a ojear los documentos, revisando fotografías e informes.
—¿Qué tienes ahí? —pregunté, tratando de enfocar mi atención en algo más.
Edward sacó una foto y me la mostró. En la imagen, John aparecía con su nueva esposa, Nancy. Ella no era una loba de pura sangre. Algo había pasado en su adolescencia que no despertó el vínculo con su loba.
—Nancy es de fuera de la manada —explicó Edward—. Una loba de linaje débil, de esas que pueden vivir entre humanos sin problema. No todos están seguros de si encaja, pero parece que ha traído algo de paz a la vida de John.
—Paz —murmuré, con una pizca de escepticismo.
Mi Beta me lanzó una mirada que casi parecía regañarme. Sabía que mi opinión sobre John estaba teñida por el pasado, y él intentaba que lo viera con algo de objetividad. Me estaba recordando, sin decirlo directamente, que dejarme arrastrar por esos sentimientos no haría mi regreso más fácil.
Edward dejó la foto de John y Nancy en la carpeta y sacó otra.
Esta vez, me la mostró sin decir nada, dejando que mis ojos se enfocaran en el rostro de la joven que aparecía en la imagen. Tenía el cabello castaño, con las puntas apenas blancas, como si algo en ella insinuara un contraste sutil pero natural.
Lo que más llamó mi atención fueron sus ojos: uno celeste y el otro marrón. Una mirada que recordaba muy bien... aunque no sabía más de ella.
Esa combinación era extraña, casi desconcertante, y algo en su mirada me hipnotizó, aunque no iba a expresar en voz alta.
Fue entonces cuando sentí el ronroneo bajo y profundo en el fondo de mi mente. Varek reaccionó al instante, como si la sola imagen de ella fuera suficiente para desatar en él una especie de reconocimiento.
"Tranquilo, Varek," pensé, apartando la foto rápidamente.
No era el momento para distracciones.
—¿Quién es? —pregunté, intentando sonar casual.
—Clara —respondió Edward, con una media sonrisa, como si no hubiera notado mi incomodidad—. La hija de John. Mañana participará en la Ceremonia del despertar. Toda la manada está invitada. Es nuestra obligación asistir, así que se espera que estemos allí.
Asiento, tratando de disimular la extraña sensación que aún arde en el fondo de mi mente.
Esa chica no es más que la hija de John. Una joven cualquiera, a punto de conocer a su loba. Nada más.
Tal vez alguien con sus mismos genes… llena de esa misma mezquindad disfrazada de rectitud.
Esa ceremonia…
Solo es otro ritual más para la manada. Una formalidad. Nada importante.
Y sin embargo… Ahí está. Ese fuego incómodo que se arrastra lento por mi pecho y no me deja respirar del todo.
Varek volvió a agitarse en mi mente, lanzando otro ronroneo bajo, como si esa simple mención de ella lo atrajera de una manera que no entendía.
Me obligué a ignorarlo y me concentré en el camino frente a mí.
Faltaba poco para llegar, y Varek se ponía cada vez más ansioso. Sentía el calor emanar de él, calentaba cada célula de mi cuerpo.
Bajé la ventanilla para que el aire fresco me diera un alivio. Pero fue inútil.
Por suerte, unos cuarenta minutos después, la ciudad apareció frente a nosotros.
Nos desviamos de la carretera principal para llegar a la casa de la manada que quedaba a la entrada.
El edificio principal estaba en el centro del claro, imponente y moderno. Su estructura de madera oscura y grandes ventanales era exactamente como lo recordaba. Y, aun así, se sentía como si estuviera entrando en territorio ajeno.
Detuve la camioneta en el estacionamiento de grava, Beta John nos esperaba, con su postura recta y los brazos cruzados sobre el pecho.
A su lado estaba Nancy, que me dedicó una sonrisa mezclada de amabilidad y algo más… apenas bajamos. También había algo en sus ojos que no terminaba de convencerme.
—Alfa Rowan —dijo John, inclinando la cabeza en señal de respeto. Su tono era formal, y sus palabras carecían de cualquier emoción.
—Beta John —respondí, devolviéndole el gesto.
Nos miramos por un instante, como si estuviéramos midiendo al otro. La tensión se sentía como algo tangible, aunque ambos sabíamos cómo ocultarla bajo un velo de cortesía.
Nancy se adelantó, extendiendo una mano con una sonrisa amplia.
—Alfa Rowan —dijo, en un tono dulce—. Es un placer tenerlo de vuelta. Espero que el viaje no haya sido muy agotador.
Edward cerró la puerta del copiloto, se unió a nosotros con su típica sonrisa despreocupada.
—Gracias por recibirnos, señora. El viaje estuvo bien, aunque una buena comida y un trago no nos vendrían mal ahora mismo.
—Todo está listo para que estén cómodos —respondió ella, haciendo un gesto amistoso hacia la casa—. Me aseguré de que nada les falte.
—Agradezco el esfuerzo —dije, intentando mantener la voz neutral.
El recibimiento era cortés, pero había algo en el ambiente que no terminaba de sentirse genuino.
Nancy mantenía su sonrisa perfecta, pero sus ojos me evaluaban con una curiosidad que no era fácil de ignorar.
Hubo un breve silencio antes de que Edward, con su estilo directo, decidiera romperlo.
—¿Cenaremos nosotros cuatro o se sumará su hija también? —preguntó, lanzando una mirada a John, como si esperara que él respondiera primero.
La sonrisa de Nancy se ensanchó, aunque pude ver ese micro gesto de desagrado que hizo con los labios.
—Esa chiquilla nunca llega a tiempo. ¡Seguro anda con Caleb… o con quien la entretenga hoy! —soltó con una risita suave, como si no hubiera dicho nada grave—. Ya sabes cómo es a esa edad, todo es intenso pero tan volátil… Aunque claro, a veces uno escucha cosas, y no todo lo que se rumorea es mentira. ¡Qué pena, con un chico tan bueno como Caleb…!
El nombre del chico golpeó mi mente con fuerza, y antes de que pudiera entender algo, sentí a Varek moverse inquieto en mi interior.
Un gruñido bajo y profundo resonó en mi mente, un sonido gutural que nunca había escuchado antes. Estaba furioso. Y eso no tenía sentido.
"No me jodas. Esa chiquilla no puede ser nuestra compañera. Así que contrólate." Intenté calmarlo, pero la agitación de Varek solo aumentó.
Pero la irritación de Varek no se calmaba, y era como si algo en la mención de Clara, Caleb o algún otro juntos lo perturbara profundamente.
Edward, gracias a la Luna, intervino, con su voz amistosa pero firme.
—Bueno no nos adelantemos a los rumores. Mañana será un día importante para Clara —dijo, mirando a John con una expresión neutra—. Es un momento crucial para cualquier joven de la manada.
John asintió, con su sonrisa tranquila.
—Así es, Beta Edward. La ceremonia es un augurio para todos nosotros, una señal de que la nueva generación está lista para asumir su lugar en la manada. Contar con su presencia, Alfa Rowan, será un honor.
—No me lo perdería por nada —respondí, aunque mis palabras se sintieron más automáticas que sinceras.
Seguía intentando calmar a Varek. Pero su furia no hacía más que crecer y crecer.
Nos dirigimos a la entrada de la casa. Edward me detuvo un segundo, poniendo su mano en mi hombro, apretando en un gesto que decía más de lo que sus palabras podían expresar.
Se había dado cuenta de mi incomodidad, pero confiaba en mi juicio por ahora.
Me obligué a relajar los hombros y a seguir caminando, tratando de ignorar el murmullo inquieto de Varek al fondo de mi mente.
Tarde o temprano descubriría qué demonios estaba pasando con él. Solo esperaba que fuera más temprano que tarde.