Clara
Sabía que algo no iba bien desde que volvieron a entrar en la habitación.
Había aprendido a distinguir los pasos. El ritmo rápido, firme, pero cargado de intención. Ya no eran las mujeres encargadas de prepararnos. Eran otras. Más duras y frías. Con órdenes distintas.
No nos hablaron.
No tenían por qué hacerlo.
Nos tomaron del brazo y nos obligaron a ponernos de pie. Mis piernas temblaron. No porque me resistiera, cosa que no podía, sino porque el cuerpo no respondía como antes. Entre los años en la oscuridad que lo habían atrofiado y el brebaje que mi madrastra me había puesto, no podía controlar mi cuerpo.
Y aun así, caminaron conmigo a rastras, las demás mujeres venían detrás.
Una de ellas me ató una cinta de tela negra alrededor de los labios. El nudo era firme y dolía por lo apretado que estaba.
Otra colocó una máscara que cubría mi rostro por completo.
Y entonces lo entendí.
No íbamos a ser servidas... todavía.
Íbamos a servir como decoración. Seríamos una parte del espec