En el umbral, recortados contra la luz del exterior, estaban ellos.
Primero, la presencia imponente de Lucian, mi hermano, el verdadero Alfa. No parecía regresar de la guerra, sino ser la guerra misma. Sus ojos, fijos en Vlad y Kael, eran más letales que cualquier arma.
Detrás de él, entraron los demás, cada uno con una presencia que llenaba el vacío: Reyk y Deerk, dos guerreros nacidos para la batalla, con sus espadas desenvainadas al cruzar el marco por un segundo, antes de enfundarlas con un movimiento limpio. Era una amenaza sutil, pero todos la entendieron. Y luego Leo, con una expresión de pura furia contenida.
Por último, Lena. Ella entró como una sombra, sus manos, aunque vacías, parecían listas para hacer cualquier cosa. Se colocó discretamente junto a mí, su presencia un ancla de sabiduría en medio de la tormenta.
Lucian avanzó lentamente, sus botas resonando en el mármol, sin quitarle los ojos de encima a Kael. Los Alfas del Consejo se movieron incómodos. Nadie se atrevió a