No recordaba haber corrido, pero mis pies me llevaron hasta los escalones que daban al patio interior de la vieja casa.
Me senté.
Tenía las manos heladas y el corazón todavía golpeándome el pecho.
Mi padre...
No sabía si lo que vi era dolor, locura o algo peor.
Su voz seguía sonando en mi cabeza.
“Maldita. Estás maldita.”
Me llevé las manos al rostro.
Por primera vez, no supe si llorar o gritar.
Pensé en mi madrastra.
Menos de cuarenta y ocho horas antes, me había dicho que debía cumplir con el pacto.
“Casarte con Daren es tu deber, Alana. Lo haces por todos.”
La escuchaba hablar y solo sentía rabia.
Ahora daría lo que fuera por volver a oír su voz, aunque fuera para discutir.
Nadie sabía si seguía con vida.
Era una de las desaparecidas.
Solo podía rezar a la luna para que sobreviviera.
Mi madre… se suponía que había muerto.
Al menos eso pensé siempre.
Pero ya no lo sabía con certeza.
Me abracé las rodillas.
El aire estaba frío y olía a ceniza.
Una voz suave me sacó del