Las escaleras de la Torre de la Luna crujían bajo las botas de Darien. No había dormido. No había comido. Solo caminaba como un muerto con corona, cargando el peso de una traición fingida y una decisión que había destrozado todo lo que amaba.
Cuando llegó frente a la habitación donde había encerrado a su madre, sus manos temblaron sobre el sello. Un toque bastó para deshacerlo. La magia se disipó con un zumbido suave.
La puerta se abrió lentamente.
Nerysa estaba de pie frente a la ventana, la espalda recta, las manos cruzadas. No se giró al oírlo. Su voz fue un látigo contenido:
—Espero que hayas venido a explicarme por qué la arrojaste como si fuera una bestia apestada, la mujer que supuestamente amabas.
Darien cerró la puerta con suavidad y bajó la mirada.
—No podía permitir que intervinieras, madre…
—¡No me silencies con excusas! —se giró con furia—. ¡La desterraste! ¡La humillaste! ¡Le dijiste esas barbaridades delante de toda la manada! ¿Qué clase de Alfa estás pretendiend