Oscuridad. Sangre. Silencio. Así comenzó mi caída… y también mi renacer.El frío calaba mis huesos, pero no tanto como la traición que se incrustaba en mi alma como un cuchillo oxidado. Arrodillada en medio del claro, con las muñecas atadas y la dignidad hecha trizas, me convertí en espectáculo de burla para aquellos que alguna vez llamé mi manada. La luna brillaba sobre mi rostro herido, indiferente a la injusticia que presenciaba. Era la única que no me había abandonado.—Por atentar contra el futuro de la manada, Aeryn, hija de nadie, es desterrada —sentenció Darien, el Alfa, la voz que alguna vez me susurró amor ahora sonaba como un verdugo sin alma.No tembló. No titubeó. Su mirada era hielo, pero yo conocía lo que se ocultaba detrás. O creía conocerlo. Su frialdad no era solo liderazgo, era desprecio. Era odio cuidadosamente disfrazado de deber.Y luego, como si no fuera suficiente, me escupió la última daga:—Considérate afortunada de que no opte por asesinarte. Eres una loba q
6 meses antes del destierro AERYNEl aire olía a tierra mojada, a madera húmeda, a cambio. La unión de las manadas era inminente, un acto forzado por la necesidad, no por la voluntad. La plaga había devorado a los nuestros sin piedad. Sombranoche había quedado reducida a poco más que una sombra. Yo incluida. La manada Sombranoche había sido casi extinguida por la plaga. Quedábamos tan pocos que el consejo decidió unirnos a una manada más grande, los Lobrenhart. Era eso… o la extinción. A mis 23 años, no quedaba rastro de la cachorra asustada que fui. Mis padres habían muerto hacía dos inviernos cuando inicio la plaga. No había tiempo para llorar. No me quedó nadie... excepto los recuerdos y el mechón de cabello que siempre debía cortar. La única parte de mí que parecía no pertenecer: plateado, brillante, puro en medio de cabello rojo sangre. Me lo arrancaban cada luna llena, decían que era para que no dijeran que estaba maldita . Esa noche era luna llena sabia que antes del amanece
El sol apenas se alzaba entre las torres de piedra del bastión central cuando Darien salió de su cabaña con una sonrisa insaciable. El aire olía a corteza, a humo de fogatas recientes y a tierra removida por las patas de cientos de lobos que se habían movido con furia durante la noche. Una energía nueva llenaba las calles adoquinadas de la ciudadela Lobrenhart: era la euforia de la unificación, del despertar de vínculos destinados, del salvaje instinto que había estado dormido durante demasiado tiempo.Había visto a varios de sus guerreros marcados, lamiendo las heridas recién abiertas por los colmillos de sus parejas. Algunos reían. Otros lloraban. Algunos habían huido del miedo. Pero todos sabían que la Luna había hablado.Y él, Darien, había sido el primero en ser bendecido.Aún podía sentir el ardor de la mordida de Aeryn palpitando sobre su piel. Su loba. Su fuego. Su destino. Se había entregado a él sin reservas, y él la había tomado como suya. Como estaba escrito. Como su alma
AerynEl olor de Darien todavía impregnaba las sábanas. Me envolvía como una manta invisible mientras me desperezaba en la cama, desnuda, con los músculos aún sensibles y un calor palpitante latiendo en mi clavícula donde me había marcado. Cerré los ojos y volvió a mí el recuerdo de su cuerpo sobre el mío, de su voz ronca diciéndome que era suya, de la forma en que nuestras almas se fundieron bajo la luna.No me había dejado una nota ni una palabra al despertar, pero sabía que volvería. Podía sentirlo. El vínculo era demasiado fuerte, como un lazo ardiente que tiraba de mí incluso cuando no lo veía.Me senté al borde de la cama, envuelta en la manta, y respiré hondo. Afuera, la ciudadela sonaba distinta. Voces, pasos apresurados, ruidos de movimiento constante. Había algo en el ambiente: agitación, expectativa, una especie de alegría caótica. Exploré la cabaña y en la cocina comí algo, estaba hambrienta después de esa maravillosa noche. Me di una ducha, su baño era hermoso; no puedo e
Joldar no era un lobo dado al sentimentalismo, pero esa mañana, mientras se retiraba del consejo tras la inmarcha de su hijo, no podía evitar sentir una chispa de orgullo vibrando bajo su piel. Darien, su único heredero, había encontrado a su pareja destinada. La marca en su clavícula había sido tan visible como la decisión en su voz al declararla suya ante el consejo. Y aunque había roto una de las tradiciones más antiguas al permitir ser marcado antes de su coronación, Joldar sabía que no podía exigirle más.Lo había hecho por amor. Por instinto. Por destino.—El chico está cambiando —murmuró Joldar al anciano que caminaba a su lado, uno de los dos representantes supervivientes de la antigua Sombranoche.—El vínculo lo cambia todo —respondió el anciano con sabiduría—. Y es bueno ver que no se resiste a él.—No como su abuelo... —añadió Joldar con una media sonrisa.Ambos compartieron una mirada cómplice. Aldrik, su padre, no había dicho una palabra desde que Darien salió de la sala,
El eco de la puerta del consejo aún resonaba en sus oíos cuando Darien salió al aire libre. La tensión que había sostenido su espalda recta durante toda la reunión se deslizó lentamente por su cuerpo. Respiró hondo. El aroma a tierra húmeda, a corteza quemada por la luna llena y al rastro inconfundible de su loba lo envolvieron de inmediato. Aeryn. Suya. Su marca seguía ardiendo, y con cada latido de su corazón, sentía que el lazo se fortalecía.Se frotó la cara, aún eufórico por lo que había vivido, pero también consciente de la gravedad del momento. Había irrumpido en el consejo como un huracán, orgulloso de su vínculo, mostrando la mordida que sellaba su destino. En otra situación, habría sido una victoria aclamada, una ceremonia casi sagrada. Pero no cuando la loba que lo había marcado aún no había sido reconocida oficialmente.—Mierda… —gruñó entre dientes, cruzando el claro con paso firme.Las miradas lo seguían. Algunos lo observaban con respeto, otros con sorpresa, y unos poco
Capítulo 6: Bajo la Mirada de la LunaNerysa no esperó una respuesta. Golpeó la puerta una última vez, firme, y la abrió por sí misma. No necesitaba permiso para entrar en una cabaña del territorio Lobrenhart, y mucho menos en una donde estaba su hijo.Al cruzar el umbral, lo primero que notó fue el calor. No por el fuego del hogar, sino por la energi a que vibraba en el aire, espesa, cargada de deseo y vínculo recién consumado. Aeryn se había envuelto con una manta a la altura del pecho, sentada al borde de la cama. Su cabello rojo desordenado caía como llamas vivas sobre sus hombros, y la piel de su cuello brillaba ligeramente donde Darien la había marcado.Darien se incorporó rápido, sin camisa, los pectorales marcados por las uñas de ella. Pero Nerysa no apartó la vista de Aeryn.—Aeryn Thorneveil —dijo con voz clara y sin titubeos.La joven levantó la barbilla. Su mirada era firme, sin arrogancia. Fiera, pero contenida. Nerysa aprobó en silencio esa reacción.—Mi Luna —respondó A
CaelLa brisa del amanecer era suave, pero algo en el aire estaba mal. Cael se mantenía entre las sombras del lindero, observando a la joven pareja desde lejos. Aeryn y Darien se reían de algo que solo ellos compartían. Se veían tan felices, tan entregados... tan vulnerables.Él no podía evitar tensar la mandíbula.La quería. No de la forma en que muchos creían. Aeryn era su familia. Había entrenado con ella desde que era una cachorra, cuando su padre la había llevado hasta él con apenas cinco años, llena de miedo y rabia contenida. Su familia le había pedido que la cuidara como a su propia sangre. Y eso había hecho. Pero ahora...Ahora algo no cuadraba.Su poder aumento. Su presencia se hizo más imponente. La forma en que los demás lobos reaccionaban instintivamente a su alrededor como si ella fuera su superior. El mechón plateado que siempre desaparecía antes de las lunas llenas, y que últimamente había vuelto a crecer. Y ese cabello rojo sangre... no era común. Nunca lo había sido.