Tarsia retiró con delicadeza la sábana empapada del sudor de Nyrea. Su vientre palpitaba como una antorcha viva y su piel ardía con fiebre sagrada.
—Está casi completamente dilatada —informó, con una mezcla de asombro y urgencia—. El momento es ahora.
Nyrea apenas podía escuchar. Su espalda estaba arqueada, su respiración entrecortada, y el calor que irradiaba su cuerpo era casi insoportable. Gotas de sudor recorrían sus sienes y su cabello rojo estaba pegado a la frente como llamas mojadas.
Darién estaba detrás de ella, sosteniéndola firme entre sus brazos, el pecho contra su espalda, sus labios junto al oído.
—Estoy contigo, amor… sigue mi voz… respira conmigo.
Otra contracción la atravesó como una lanza, y el grito que salió de Nyrea estremeció los cristales de la Torre de la Luna.
Pero no fue solo ella quien lo sintió.
—¡Ahh! —Darién también gritó, su cuerpo se tensó y sus manos temblaron al aferrarse a los brazos de Nyrea.
Tarsia dio un paso atrás, sorprendida.
—¿Qué fue eso?
Dar