El momento había llegado.
—¡Ya está completamente dilatada! —gritó Tarsia, con los brazos preparados y el rostro tenso por la concentración—. ¡Nyrea, a la cuenta de tres… empuja!
Nyrea asintió con los labios apretados por el dolor. Sus manos apretaban con fuerza las de Darién, quien sudaba, jadeando, con la piel ardiente como si también estuviera en trabajo de parto. Cada contracción que sacudía el cuerpo de Nyrea, también lo atravesaba a él. Estaban conectados de forma brutal y mágica.
—Uno… dos… ¡tres!
—¡Aaahh! —gritó Nyrea con el alma, su voz retumbando como un rugido en los muros de Lobrenhart.
Las llamas de las antorchas se alzaron de golpe, respondiendo a su poder. Las paredes vibraron, y el escudo volvió a parpadear en el cielo, débil, intermitente.
—¡Está costando salir! —advirtió Tarsia con el ceño fruncido—. ¡Es un bebé grande!
—¡Vamos, Nyrea! —la animó Nerysa, con los ojos humedecidos por la fuerza de su nuera—. ¡Eres una loba, una reina, una madre de fuego! ¡PUJA!
Darién g