El viento golpeaba las torres de Lobrenhart con fuerza huracanada. Afuera, la tormenta había alcanzado su punto más alto. La lluvia caía con violencia contra los ventanales, y los truenos ya no parecían parte del cielo, sino del corazón mismo de la fortaleza.
Darién estaba recostado junto a Nyrea, su brazo envolviéndola mientras su mano seguía acariciando su vientre, como había hecho durante horas. Ella estaba callada, apenas murmuraba respuestas entre respiraciones irregulares. Su cuerpo estaba tenso, pero su alma… se sentía agotada. Drenada.
—¿Quieres más agua? —susurró él, apartando un mechón de cabello húmedo de su frente.
Ella negó apenas con la cabeza. Cerró los ojos, hundiendo el rostro en su cuello.
—Solo quédate así… un poco más.
Darién sintió su fuego vibrar con extraña inestabilidad. No ardía. Palpitaba. Como una chispa que no se decidía a encenderse o apagarse. El instinto dentro de él comenzó a agitarse.
Entonces ocurrió.
El primer espasmo.
Nyrea se tensó en sus brazos de