La noticia no llegó. Ni un susurro a través del vínculo. Ni un latido.
Nyrea despertó con el alma encogida.
El amanecer se filtraba por los ventanas, dorado y tibio, pero nada de ese calor lograba calmar la sensación de vacío en su pecho. Se puso de pie con lentitud. Su mano descansó sobre su vientre, como buscando consuelo… o señales. Pero todo estaba en silencio.
Demasiado silencio.
La noche anterior había intentado contactar a Darién a través del anillo, a través del vínculo, a través del fuego.
Nada.
Su corazón golpeaba con fuerza, no solo por la ausencia, sino por la certeza brutal que crecía con cada minuto: algo andaba muy mal.
Aeryn —Nyrea— descendió como un rayo por las escaleras del ala central de Brumavelo. No pidió permiso. No dio explicaciones. Cuando llegó al salón del consejo, donde Darel y los demás discutían asuntos rutinarios de expansión, irrumpió como un vendaval de cenizas.
—Me voy a Vyrden —anunció sin preámbulos.
El murmullo de voces se detuvo. Darel se