Las puertas de Vyrden se abrieron con un rechinar metálico, pero Nyrea no esperó a que se despejaran del todo.
Bajó de su montura antes de que alguno de los guerreros pudiera ayudarla y comenzó a caminar con paso firme, como si la tierra misma la reconociera y se apartara a su paso.
Kaelrik, que la esperaba al frente con los dientes apretados por emociones que no sabía nombrar, dio un paso hacia ella.
—Nyrea… —empezó, con voz baja y contenida.
Pero ella ni lo miró.
—Más tarde hablamos —soltó sin detenerse.
Su voz fue fuego.
Su determinación, viento.
Y lo que la guiaba no era una explicación política ni una necesidad de rendir cuentas. Era el vínculo.
Porque lo sentía.
Aunque difuso. Aunque desgarrado por el dolor. Estaba allí. Agonizante, pero vivo.
Darién.
Sus pies se movían sin pensar. Cada corredor, cada cruce, cada pasillo… como si los hubiera caminado antes. Valzrum y Tarsia apresuraban el paso tras ella, pero sabían que no podían detenerla. Nadie podía. La Llama la em